La abstracción y el
dinero
Lo que narro a continuación es una anécdota
real que me ha sucedido a mí, hace unos
años.
Entre mis amistades de bario se encuentra Juan
M., que en su tiempo fue guardia civil y después pasó a
trabajar como funcionario de prisiones,
ejerciendo en una de las dos cárceles que en los años
pasados había en Sevilla. Cuando estaba en activo me
comento un hecho que le había llamado poderosamente la
atención.
Ante la necesidad interna del centro de sustituir
un día al maestro que daba clase a los presos, que de
esta manera redimían penas por el trabajo, él se encargó
momentáneamente de tal tarea. Pues bien, se encontraba
en la tarea de enseñar rudimentos de la suma a sus
alumnos, poniéndole fáciles ejemplos a desarrollar:
“¿Cuánto es 4 + 14?”, por ejemplo. La mayoría de los
internos contestaban con facilidad con acierto; pero uno
de ellos, un gitano analfabeto que
cumplía condena y que anteriormente había sido tratante
de ganado, era incapaz de realizar las sumas más
sencillas. No podía responder a ejemplos como el
señalado u otros por el estilo. Entre las chanzas de los
demás, y preocupado por el sufrimiento de humillación
del que era objeto de las burlas, terminó
diciéndole:
“Pero mira, 'Fulano', tú has sido tratante y
debes saberlo: si tienes catorce borricos y compras
tres, ¿Cuántos borricos tienes
ahora?”
A lo que respondió. “¡Pos 17
borricos!”.
Ante esta respuesta Juan le dijo: “Entonces,
¿cuánto es 14 + 3”.
Siguió sin saber responder, ante la
rechifla generalizada de quienes no entendían lo que
estaba pasando.
Hasta aquí la anécdota.
Es evidente que este hombre era incapaz de
abstraer el concepto de cantidad, de número, aunque
desde luego sabía sumar cosas no abstractas, sino
concretas, como borricos por ejemplo. Porque la
capacidad de abstracción es algo que vamos desarrollando
poco a poco, y por eso se han encontrado aún hoy
pueblos muy poco desarrollados en la cuenca del
Amazonas, como el caso de los pirahã, quienes no sólo no han
desarrollado la capacidad de abstracción matemática,
sino tampoco la de expresarse por medio de
mitos, que –con
su simbolismo parabólico- es la forma
más simple que conocemos de organizar los conceptos que
logramos mediante una abstracción no muy desarrollada
(D. Everett, «Cultural Constraints on Grammar and
Cognition in Pirahã:
Another Look at the Design
Features of Human Language», Current
Anthropology, 46 (4), 2005, pp. 621-646). Porque,
como
repetidamente se ha dicho, en todo mito hay razón,
hay una ratio o ración, un logos, una
"cuenta" en suma (que es lo que ambos términos, latino y
griego respectivamente, significan). De ahí que los
pueblos que no tienen sentido del número tampoco tienen
mitos.
Digo todo esto porque en la actualidad
seguimos encontrando personas mayores en nuestra
sociedad –como vemos en la grabación adjunta que nos
pasa Julio- que son incapaces de abstraer el concepto
de dinero, pese al carácter cuantitativo del mismo.
Como los antiguos, para los que “el dinero era
moneda y nada más” (M.I. Finley), sin que existiesen
otros medios oficiales de pago que no fuesen las piezas
físicas de metal amonedado, estas personas son aún
hoy incapaces de entender que nuestro dinero es
abstracto, simplemente una creencia, como todo
concepto, que nos permite desarrollar una economía de
carácter lógico que, como tal y como expuse en mi
libro sobre El comercio y el Mediterráneo en la
Antigüedad, es siempre
precisa en sus límites aunque los elementos de cambio en
que se basa, como los números que sirven para contarlos,
se contemplen teóricamente como infinitos.
Ante un planteamiento racional de las relaciones
humanas, como el que tiende a imponerse desde el
Renacimiento y a triunfar desde la
Ilustración, el crecimiento económico sin fin
planteado como necesidad humana, que estuvo en la base
del capitalismo (inversión de capital para producir más
capital), exigió una moneda que fuese más allá de la
concreción de los metales, pues estos son
naturalmente finitos. El patrón oro, por ejemplo, fue
sustituido por la convención dineraria con la que
funcionamos hoy, donde el dinero es nada más y nada
menos que una creencia, basada en principios
abstractos. Es un elevado producto
cultural.
Y recuerdo lo que ya en el siglo XIX decía N.D.
Fustel de Coulanges:
«Una creencia es la obra de nuestro espíritu, pero no
somos libres para modificarla a nuestro gusto. Ella
es nuestra creación, pero no lo sabemos. Es humana y la
creemos un dios. Es el efecto de nuestro poder y es más
fuerte que nosotros. Está en nosotros, no nos deja, nos
habla en todos los momentos. Si [la creencia] nos
ordena obedecer, obedecemos; si nos prescribe deberes,
nos sometemos. El hombre puede domar a la Naturaleza,
pero está esclavizado a su pensamiento». La creencia
es, pues, imprescindible para vivir: no sólo de pan vive
el hombre, sino también de sus creencias. Forma parte de
su propia naturaleza».
¿Se extraña alguien de que el dinero sea tan
poderoso, como consecuencia de nuestro racionalismo,
paradójicamente? Para domeñarlo haría falta una
nueva revolución que acabase con este mito como la
Ilustración acabó con el de un pensamiento religioso
trascendente para cambiarlo por el inmanente (el dinero
depende de la creencia del hombre en sí mismo, no en una
divinidad o fuerza exterior). Sería necesario, en
suma, crear nuevas formas de convivencia, que hoy por
hoy, cuando el capitalismo ilustrado –individualista o
social- se asume prácticamente como la única forma de
pensamiento posible, se me hacen inimaginables.
Aunque no imposibles.
Saludos