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El gitano y los burros abstractos

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Genaro Chic Garcia

<genarochic@yahoo.es>
Archivos adjuntos 8 de julio de 2010 08:00
Para: "“Pablo Rodríguez Alberich\"" <fearuth@gmail.com>
 

La abstracción y el dinero

            Lo que narro a continuación es una anécdota real que me ha sucedido a mí, hace unos años.

            Entre mis amistades de bario se encuentra Juan M., que en su tiempo fue guardia civil y después pasó a trabajar como funcionario de prisiones, ejerciendo en una de las dos cárceles que en los años pasados había en Sevilla. Cuando estaba en activo me comento un hecho que le había llamado poderosamente la atención.

            Ante la necesidad interna del centro de sustituir un día al maestro que daba clase a los presos, que de esta manera redimían penas por el trabajo, él se encargó momentáneamente de tal tarea. Pues bien, se encontraba en la tarea de enseñar rudimentos de la suma a sus alumnos, poniéndole fáciles ejemplos a desarrollar: “¿Cuánto es 4 + 14?”, por ejemplo. La mayoría de los internos contestaban con facilidad con acierto; pero uno de ellos, un gitano analfabeto  que cumplía condena y que anteriormente había sido tratante de ganado, era incapaz de realizar las sumas más sencillas. No podía responder a ejemplos como el señalado u otros por el estilo. Entre las chanzas de los demás, y preocupado por el sufrimiento de humillación del que era objeto de las burlas, terminó diciéndole:

            “Pero mira, 'Fulano', tú has sido tratante y debes saberlo: si tienes catorce borricos y compras tres, ¿Cuántos borricos tienes ahora?”

            A lo que respondió. “¡Pos 17 borricos!”.

            Ante esta respuesta Juan le dijo: “Entonces, ¿cuánto es 14 + 3”.

            Siguió sin saber responder, ante la rechifla generalizada de quienes no entendían lo que estaba pasando.

            Hasta aquí la anécdota.

            Es evidente que este hombre era incapaz de abstraer el concepto de cantidad, de número, aunque desde luego sabía sumar cosas no abstractas, sino concretas, como borricos por ejemplo. Porque la capacidad de abstracción es algo que vamos desarrollando poco a poco, y por eso se han encontrado aún hoy pueblos muy poco desarrollados en la cuenca del Amazonas, como el caso de los pirahã, quienes no sólo no han desarrollado la capacidad de abstracción matemática, sino tampoco la de expresarse por medio de mitos, que –con  su simbolismo parabólico- es la forma más simple que conocemos de organizar los conceptos que logramos mediante una abstracción no muy desarrollada (D. Everett, «Cultural Constraints on Grammar and Cognition in Pirahã: Another Look at the Design Features of Human Language», Current Anthropology, 46 (4), 2005, pp. 621-646). Porque, como repetidamente se ha dicho, en todo mito hay razón, hay una ratio o ración, un logos, una "cuenta" en suma (que es lo que ambos términos, latino y griego respectivamente, significan). De ahí que los pueblos que no tienen sentido del número tampoco tienen mitos.

            Digo todo esto porque en la actualidad seguimos encontrando personas mayores en nuestra sociedad –como vemos en la grabación adjunta que nos pasa Julio- que son incapaces de abstraer el concepto de dinero, pese al carácter cuantitativo del mismo. Como los antiguos, para los que “el dinero era moneda y nada más” (M.I. Finley), sin que existiesen otros medios oficiales de pago que no fuesen las piezas físicas de metal amonedado, estas personas son aún hoy incapaces de entender que nuestro dinero es abstracto, simplemente una creencia, como todo concepto, que nos permite desarrollar una economía de carácter lógico que, como tal y como expuse en mi libro sobre El comercio y el Mediterráneo en la Antigüedad, es  siempre precisa en sus límites aunque los elementos de cambio en que se basa, como los números que sirven para contarlos, se contemplen teóricamente como infinitos.

            Ante un planteamiento racional de las relaciones humanas, como el que tiende a imponerse desde el Renacimiento y a triunfar desde la Ilustración, el crecimiento económico sin fin planteado como necesidad humana, que estuvo en la base del capitalismo (inversión de capital para producir más capital), exigió una moneda que fuese más allá de la concreción de los metales, pues estos son naturalmente finitos. El patrón oro, por ejemplo, fue sustituido por la convención dineraria con la que funcionamos hoy, donde el dinero es nada más y nada menos que una creencia, basada en principios abstractos. Es un elevado producto cultural.

            Y recuerdo lo que ya en el siglo XIX decía N.D. Fustel de Coulanges:    

          «Una creencia es la obra de nuestro espíritu, pero no somos libres para modificarla a nuestro gusto. Ella es nuestra creación, pero no lo sabemos. Es humana y la creemos un dios. Es el efecto de nuestro poder y es más fuerte que nosotros. Está en nosotros, no nos deja, nos habla en todos los momentos. Si [la creencia] nos ordena obedecer, obedecemos; si nos prescribe deberes, nos sometemos. El hombre puede domar a la Naturaleza, pero está esclavizado a su pensamiento». La creencia es, pues, imprescindible para vivir: no sólo de pan vive el hombre, sino también de sus creencias. Forma parte de su propia naturaleza».

     

            ¿Se extraña alguien de que el dinero sea tan poderoso, como consecuencia de nuestro racionalismo, paradójicamente? Para domeñarlo haría falta una nueva revolución que acabase con este mito como la Ilustración acabó con el de un pensamiento religioso trascendente para cambiarlo por el inmanente (el dinero depende de la creencia del hombre en sí mismo, no en una divinidad o fuerza exterior). Sería necesario, en suma, crear nuevas formas de convivencia, que hoy por hoy, cuando el capitalismo ilustrado –individualista o social- se asume prácticamente como la única forma de pensamiento posible, se me hacen inimaginables. Aunque no imposibles.

 

Saludos
 

 

Genaro Chic García

http://www.genarochic.tk/


Foro: http://prestigiovsmercado.foroes.org/forum.htm


Tfno. 954 62 58 88
        669 41 51 74


¿Y qué es peor que una crítica? - La crítica constructiva. La gente nunca te lo perdonará (Eliyahu M. Goldratt, La meta, Madrid, 1993, p. 251)




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